Tuesday, March 07, 2006

Política poética (I)

La realidad es demasiado compleja para caber en un cuento o una teoría. El conocimiento puede verse como un intento aproximativo siempre empequeñecido de explicarla. Este es un debate infinito, pero soy partidario de la corriente según la cual la naturaleza, la realidad, no tienen leyes: las leyes son productos racionales que se exponen a una confrontación con lo real. En un contexto evolutivo se diría que son especies en tránsito que pueden, en la medida de su éxito en esa confrontación, vigorizarse, fundirse con otras para producir una nueva más potente o, por el contrario, debilitarse e incluso extinguirse. En la historia de la ciencia este símil evolutivo es evidente. Hace ya mucho que se demostró irrefutablemente la invalidez del sistema ptolemaico; sin embargo perduró durante siglos porque explicaba satisfactoriamente muchos de los fenómenos celestes observables a simple vista humana, es decir, el conjunto de fenómenos distinguibles por el aparato perceptivo en ese estadio humano. El método científico es crítico porque valida empíricamente sus enunciados pero sobre todo porque, usando la terminología que acuñó Popper, sólo se permite producir postulados falsables. Un enunciado del tipo “la conjunción de Venus con Saturno influyó decisivamente en el desarrollo de la Revolución Francesa” puede ser cierto o falso pero es acrítico puesto que su falsedad es indemostrable. En cambio, un solo experimento que se desvíe mínimamente de los resultados previstos por la Teoría de la Relatividad mostrará que la misma, aun hermosa y genial, es también incompleta.
Nuestros medios son pobres, puesto que en nuestro cerebro sólo actúan dos potencias cognitivas: la racional/científica y la poética. Pocas veces interactúan fructíferamente y así debe ser en cuando sus dominios son radicalmente disjuntos. Todo intento de conciliación ha fracasado, y los ha habido a cientos, algunos de ellos a cargo de eminentes filósofos (como se cuenta en el breve ensayo “La última campaña de William Jennings Bryan”, del gran Stephen Jay Gould).

La lógica es inocua cuando trata de desmontar construcciones poéticas a base de hormigón poético de primera clase, aquel que, todavía próximo el hálito bestial, engendró los que después llamaríamos conceptos tan imponentes como divinidad o territorialidad. Lo mismo ocurre en sentido contrario; el error se produce cuando cualquiera de estos dos modos de conocimiento se aplica a entidades ajenas a su dominio. No digo que sean dos modos o instancias antitéticas, sino que son esencialmente distintas. El Génesis explica el origen del mundo en pocas frases: ya se sabe, esa semana hiperactiva de Dios. De dicha idea sólo cabe tener, en el mejor de los casos, una certeza poética, pertenece al radio de acción de la fe. ¿Puede un científico creer en él? A estas alturas debería quedar claro que en mi opinión sí, puesto que en cada uno de nosotros coexisten ambas maneras de pensar. Puesto que la realidad es asintótica respecto a nuestra mente, la parcela de ignorancia siempre dará pábulo a la elucidación poética.
Las dos manifestaciones paradigmáticas del conocimiento poético y racional son respectivamente las religiones y la ciencia. Esta relata el universo mediante el lenguaje matemático y un poco a tentón, mientras que la religión lo hace de manera arrogantemente sencilla acogiéndose a la triquiñuela de la mano ubicua y omnipotente. Es en este sentido donde parece darse la contradicción, aunque sólo es aparente, porque la ciencia tiene como objeto la realidad fenoménica mientras que la religión, mediante el uso poético del lenguaje, acuña un cosmos mítico que es a un tiempo realidad moral y potencial ontológico.
Si hay un terreno propicio para la confusión metodológica es el de las “ciencias” humanas, y de entre ellas es en la política donde la confusión se transforma esporádicamente en chirigota, a pesar de que por lo común en su interior late el germen anonadante de la tragedia.

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