Sunday, December 11, 2005

Manual de aburridos (y III)

El ocio de la conciencia genera monstruos, y mientras que el cristianismo los imagina verdes, con granos e incitadores a la holganza viciosa las religiones orientales los sueñan como luctuosas y lánguidas sombras que susurran letanías descorazonadoras.
Terminada la recolección y con la casa limpia aún quedan horas hasta que llega la noche. Es el momento de la filosofía y el imperio del aburrimiento. El aburrimiento que en opinión nizstcheana puede ser lo bastante poderoso como para asesinar a Dios.
Por último me dentendré en Diógenes, claro, el perro ágrafo de Sínope que buscaba hombres con una linterna a plena luz del día. Ha pasado a la historia como cínico, pero me quiero fijar más en su confianza en las posibilidades humanas. Despreciaba como pueriles las ciencias y en general cualquier ocupación, acentuando su ferocidad con los atletas. Es el único pensaba que el hombre podía sustentarse únicamente con la virtud, una virtud simplemente humana, muy alejada de los hedores místicos de las religiones. En esa virtud perpetua no cabe el ocio y por supuesto el aburrimiento, ni siquiera cabe el trabajo.
En fin, todo esto para decir que aquí en La Hoya el aburrimiento es enorme, oceánico. Es una piedra metida en la rueda del tiempo; por las noches, desde el balcón se oyen los quejidos de los engranajes mientras la niebla se derrama por el páramo.

3 Comments:

Blogger John Self said...

Como diría Carmen Calvo o Sofía Mazagatos, estás hecho un demóstoles.
Tu reflexión me ha traído a la memoria "La montaña mágica", de Thomas Mann. Recuerdo que Settembrini abomina de Oriente y de la música porque su inacción y su poder subyugante, respectivamente, adormecen el alma. Era un humanista. Claro que la acción de la novela, como sabes, se desarrolla en un sanatorio para enfermos de pulmón en Suiza, entre montañas inmensas cuibiertas de nieve , en el que los únicos pasatiempos son unos paseos, ponerse el termómetro cinco veces al día y tumbarse durante horas en una chaise-longue al aire ultra puro de los Alpes. Allí, el aburrimiento no debía oceánico sino albino y mullido, terreno abonado para el amor, la filosofía y la muerte. Eso es lo que has hecho tú con este Manual de Aburridos: filosofar. Hans Castorp era el testigo (y su alma, pieza codiciada) de las discusiones entre Settembrini y Naphta. Tu posición se asemeja a la de Castorp. Creo. Necesitas una novia o venirte a Madrid.

10:40 AM  
Blogger voland said...

Lo peor no es el aburrimiento sino, como diría mi amiga Ana, "acoflarse", palabra que no existe pero que se define por sí misma onomatopéyicamente. Ahora, exagerando un poco, Madrid me parece tan lejos y grande como cuando vivía en el pueblo ("Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande."). Y en cuanto a mujeres, permanezca mi último encuentro en La Hoya en un justo olvido. Esa sí que era grande y otra vez grande.

11:37 AM  
Blogger Augie March said...

Ahora que nombras a Diógenes, no puedo dejar de acordarme de los apóstatas de la civilización (y de la vida) y de lo cerca que me siento de ellos aunque me saquen tantos cumpleaños:

Diógenes

Tus últimos posts me hacen pensar más que nunca en algo que no se puede denominar mi teoría porque sólo lo intuyo. Tiene que ver con el budismo y con eso que hemos sentido todos y que se ha bautizado (sólo para denigrarlo) como la suerte del principiante. Nuestro paisano Cigarro habrá hablado de ella mil veces al otro lado de una gran cerveza sin saberlo. Se refiere a casos como el día que aprendes a jugar al futbolín y eres el puto amo. Casi siempre ese día has alcanzado tu asíntota.

En realidad es una paja mental. Pero sí que es cierto que esa espontaneidad primordial es la meta incalcanzable. Siempre he pensado con dolor en la parte del cerebro que queda inutilizada cuando aprendes a escribir a máquina, o cuando sabes conducir un coche. O cuando aprendes los ríos de la cordillera cantábrica.

Esa mezcla de nostalgia y de cerebro inválido es la causa del aburrimiento. Repito, nunca podrá ser una teoría. Igual que nunca existirá la inteligencia artificial. Del mismo modo que el barón de Munchausen no puede sacarse a sí mismo del lago tirando de su cabellera.

Porque sueño, yo no estoy loco.

[Menuda castaña llevo]

3:42 PM  

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